Entonces, el maestro albañil le comentó a su jefe, para el que había trabajado los últimos 40 años demostrando ser el mejor profesional del lugar, acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Le dijo que Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.
El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera ese último esfuerzo: construir esa casa. Y el albañil accedió.
El jefe inicio su viaje alrededor del mundo y el albañil su trabajo: construir su última casa. Sin embargo, se veía claramente que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Además, si había alguna incidencia con los proveedores de materiales, admitía todo lo que le traían, aunque sabía que era de peor calidad que lo que el quería, mientras pensaba: “total, ¿qué más da? Al final, nadie se dará cuenta de la diferencia y todo el esfuerzo que yo haga no servirá para nada”. Su trabajo descendió bruscamente de calidad, y con su ejemplo, también lo hizo el de sus ayudantes. Era una desafortunada manera de poner punto final a su carrera, pero terminó la obra en la fecha que tenía prevista.
Cuando al día siguiente llegó el jefe, el maestro albañil le entregó las llaves de la puerta principal. El jefe miró la casa y le preguntó: “¿Te sientes realmente satisfecho con el trabajo que has realizado?”
A lo que el maestro albañil, sin mirarle a los ojos, respondió: “Sí, claro que sí”.
Entonces, el capataz sonrió y le contestó: “Me alegro, amigo mío, porque esta casa es un regalo que yo te hago como agradecimiento a tantos años de esfuerzo y de trabajo bien hecho”
Cada cosa que haces en tu día a día son los ladrillos con los que construyes tu realidad, tu vida. ¿Te esfuerzas e intentas crear la realidad que sueñas? o ¿Vas sobreviviendo y contando los días que pasan, sin pararte a disfrutar de lo que ocurre?
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