Algunos decidieron
continuar su viaje a pesar de la piedra, tomando un camino alternativo que
suponía cruzar el río a pie y subir una montaña, con lo cual les retrasaba el
viaje unas tres horas.
Otros dieron media
vuelta, y decidieron acudir a otros mercados para vender sus mercancías,
tomando otros caminos.
Muchos culparon al
rey por no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo nada para sacar
la piedra el camino.
Un campesino, que
pasaba por allí con una carga de verduras, la vio. Al aproximarse a ella, puso
su carga en el suelo y se sentó a reflexionar: podía arriesgarse y partir hacia
otro mercado, tomando otro camino, pero entonces no tenía asegurado vender su
mercancía. Podía tomar el camino alternativo, cruzando el río a pie, pero perdería
tiempo. O bien podría intentar mover la roca, a un lado del camino, y dejarlo
despejado.
Decidió intentar
mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, con
gran esfuerzo, no logró mover la piedra ni un milímetro. La piedra era muy
pesada, y solo no podría moverla. El campesino miró a su alrededor; como todo
el mundo evitaba este camino, no había nadie que le pudiese ayudar. Cogió un
gran tronco que había en el suelo, para hacer palanca en la base de la piedra;
volvió a mirar a su alrededor, le daba un poco de vergüenza, pero tenía que
intentarlo. Y… la piedra se movió. Al principio, un pequeño movimiento hacia un
lado, pero de repente, echó a rodar y quedó a varios metros del camino.
Mientras recogía su
carga de vegetales, vio extrañado una bolsa en el suelo, justo donde había
estado la roca. La bolsa contenía varias monedas de oro y una nota del mismo
rey diciendo que el oro era la recompensa para la persona que removiera la
piedra del camino.
El campesino aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando
una oportunidad.
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