5 de abril de 2014

La puerta y los clavos

Esta es la historia de un niño que todos los días se peleaba con su hermano, con sus padres, con sus compañeros del colegio…

Una tarde, su padre le entregó un paquete. El niño muy curioso lo desenvolvió rápidamente y se sorprendió mucho al ver el extraño regalo: era una caja de clavos.

El padre lo miró y le dijo: “Hijo mío, te voy a dar un consejo: cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mas a alguien y discutas, clava un clavo en la puerta de tu habitación”.

El primer día el niño clavó 37 clavos en la puerta.


Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia, por ende, la cantidad de clavos empezó a disminuir. Descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar clavos en la puerta.

Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos. Su padre orgulloso, le sugirió que por casa día que se pudiera controlar sacase un clavo.

Los días fueron transcurriendo y el niño logró quitarlos todos. Conmovido por ello, el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con clama le dijo: “Has hecho bien, hijo mío, pero mira los agujeros… La perta nunca volverá a ser la misma. Cando dices cosas con rabia, dejan una cicatriz igual que ésta. Le puedes clavar un cuchillo a un hombre y luego sacárselo, pero no importa cuántas veces le pidas perdón, porque la herida seguirá siempre ahí. Una herida verbal es tan dañina como una física. Recuerda que los amigos son joyas muy escasas, consérvalos. Cuídalos, ámalos, pero no les hagas daño, hay daños que son irreversibles y no hay perdón que los sane”.

El niño comprendió la enseñanza de su padre y le agradeció profundamente. Se dio cuenta de que al enfadarse no sólo causaba daño a los demás, sino qe también se dañaba a sí mismo. A partir de ese momento jamás volvió a tener que controlar su ira, porque decidió actuar siempre guiado por el amor.


Anónimo

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