A la hora de
educar a nuestros hijos o de tratar de inculcar un comportamiento adecuado a un
niño, nos surgen grandes dificultades y limitaciones. ¿Cuál es la mejor forma?
¿Cómo lograr que me haga caso? ¿Qué hacer para que lleve a cabo las conductas
que le pido? ¿Hay alguna forma de que deje de hacer las cosas mal?
Las leyes
del aprendizaje: “refuerzo y castigo” nos dan respuesta a estas dudas. Debemos
saber que un correcto establecimiento de límites ayudará a nuestro hijo a saber
comportarse de una forma adecuada en cada una de las situaciones a lo largo de
su vida; por tanto debemos enseñarle a que los logros llegan tras el esfuerzo y
que una actitud inadecuada tendrá una consecuencia negativa.
La mejor estrategia para lograr esto es
reforzar todas las conductas del niño que sean adecuadas, adaptativas y
positivas; de modo que las repetirá en sucesivas ocasiones buscando el
reconocimiento. Dicho refuerzo debe ser siempre verbal (un mensaje positivo),
acompañando de algo físico si fuera posible de forma aleatoria (un abrazo, una
galleta, más tiempo para jugar…).
Es fundamental que los refuerzos sean siempre
proporcionales al acto realizado, y aconsejablemente lo más próximo a la conducta
que queremos que el niño continúe haciendo. El refuerzo es la mejor estrategia ya
que siempre dota al niño de conocimientos y pautas de acción que se mantendrán
a largo plazo.
¿Pero qué
hacemos cuando el niño se porta mal?
En este caso
es el castigo la alternativa adecuada, pero debemos saber que existen dos modos
de aplicar el castigo:
-Castigo
positivo: Consiste en presentar un estímulo negativo para el niño (un grito, un
golpe…)
-Castigo
negativo: Consiste en quitar al niño algo que le es agradable (quedarse sin
realizar una actividad, tener que pagar una “multa”…) este tipo de castigo es
el recomendable, debido a que su eficacia es superior al castigo positivo.
El castigo
nunca debe ir solo, sino acompañado de una aclaración precisa de qué es lo que
se ha hecho mal (de modo que el niño asociará dicho acto con algo negativo) y
con una muestra de la alternativa correcta que estamos buscando. Además debemos
reforzar al menor cuando sea capaz de realizar la alternativa deseada.
Otra
estrategia adecuada es la extinción de la conducta, es muy recomendable cuando
el niño realiza conductas para atraer nuestra atención (ya que ésta es un
refuerzo para él). En este caso, trataremos de evitar atender las conductas
inadecuadas (lloros, gritos, rabietas) y reforzaremos al niño cuando haya
logrado calmarse.
Por tanto,
para un adecuado funcionamiento del niño debemos inculcar buenos hábitos desde
que son pequeños, siendo la clave: Reforzar y valorar todas las cosas que haga
bien y vayan aproximándose a la conducta final que deseamos de él.
Lucía Alonso Pérez
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