Día a día somos testigos de situaciones catastróficas naturales
(terremotos, tifones, huracanes, incendios…) accidentes, robos, ataques
terroristas, homicidios…
No solamente hay que estar conectado a los medios de
comunicación para enterarnos de sucesos así, estamos rodeados de adversidades,
posiblemente en nuestra familia o grupos sociales. En la actualidad estamos
viviendo situaciones de desempleo, rupturas, pérdidas, dificultades económicas,
cargas familiares, enfermedades…
Todas ellas son retos que acontecen en nuestra vida,
afectándonos de formas tan diversas como personas hay sobre la tierra. No
podemos evitar que sucedan, pero si podemos escoger el modo de sobreponernos
ante ellos. Podemos ver un reto como algo que nos supera, como algo acontecido
que no queremos recordar o como un objetivo a superar del que saldremos
fortalecidos.
Se define la resiliencia como la capacidad humana para
enfrentar, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de la
adversidad.
Esta capacidad no la presentan todos los seres humanos, la
vamos desarrollando como un proceso a lo largo de nuestra vida. Puede ser
facilitada gracias al desarrollo de la propia confianza, la posibilidad de
detectar quién soy yo, cuales son mis recursos, mis apoyos y conocer qué puedo
hacer.
Cada situación y adversidad requiere una capacidad y una acción
resiliente distinta y variable.
Como señalan expertos del mundo de las emociones, en contra
de lo que la gente cree, el hecho de sufrir más desgracias de las necesarias,
no implica que uno no pueda vivir también muchas alegrías. Las emociones
positivas y negativas no son incompatibles. Este factor influiría en la
capacidad de visualizar cosas positivas que nos ayuden a resurgir ante dichas
dificultades fomentando así una mayor calidad de vida.
La clave no está simplemente rebotar en la dificultad para
salir de ella, sino empaparnos de experiencia para salir fortalecidos y recoger
herramientas que nos ayudarán a lo largo de nuestra vida.
Lucía Alonso Pérez